Beowulf




Preludio sobre los fundadores de la casa Real Danesa



¡Atención! Desde tiempos inmemoriales hemos oído hablar del heroísmo de los antiguos reyes de los gär-dene en sus días de gloria, y de cómo los valientes príncipes se cubrían de gloria por sus hazañas.
¡Con cuánta frecuencia Scyld, hijo de Scef, con pequeños contingentes de guerreros, a muchas tribus arrebató sus sitiales de mead , y aterrorizó a los temibles heruli, luego de encontrarse indefenso y desamparado! Mas tarde, sin embargo, el destino lo recompensó ampliamente por su orfandad: ya adulto, la prosperidad lo acompañó en su camino debajo de los cielos y hasta las tribus más lejanas, más allá de la hronráde, acataban su palabra y le demostraban sumisión y respeto y los correspondientes tributos.¡Aquel sí que fue un magnífico rey!
A su debido tiempo, los salones de su castillo se vieron alegrados por la presencia de un heredero, enviado por los dioses para regocijo de la gente. Ellos habían contemplado la desesperanza de aquel pueblo, sin Señor durante largo tiempo, y decidieron concederle aquella dádiva.
Con el tiempo la fama de este Beowulf se extendió a todo el mundo conocido: el heredero de Syld, en las Tierras del Norte. Y esos son los tesoros que un hombre joven debe cultivar, por sus buenas obras, mientras aún permanece bajo la custodia de su padre para, hacia el ocaso de su vida, ser apoyado voluntariamente por sus camaradas de armas, en caso de guerra; los hechos gloriosos realizados en favor de su pueblo son los peldaños que conducen a un príncipe a la prosperidad y al reconocimiento de su gente.
Así llegó a Scyld el momento de la partida, aún en plena posesión de sus fuerzas, para refugiarse bajo la protección de Frea; luego de ser llorado por todo el pueblo, aquel bienamado regente de su tierra fue llevado hasta la orilla del mar, como él mismo lo había pedido mientras aún disponía del don de armas, que lo amaban, y por los guerreros scyldinga, a los cuales había conducido durante tanto tiempo.
Allí, frente a la rocosa playa, se balanceaba un gallardo velero de elevada proa, con sus flancos salpicados por el hielo, pero ansioso de navegar, como corresponde al navío de un héroe. Los apesadumbrados guerreros se dirigieron hacia la nave llevando sobre sus hombros el cuerpo de su bienamado príncipe, quien con mano tan pródiga les había concedido en el pasado joyas y riquezas, y con la ternura que sólo puede mostrar un hombre de armas por sus héroes, lo depositaron en la cala del barco, junto al mástil.
Eran incontables las bellezas que se encontraban allí, procedentes de todos los confines del mundo: ornamentadas armaduras, enjoyados cascos de lujosas cimeras y recamadas vainas con sus correspondientes tahalíes repujados en los cueros más exóticos de la tierra. Jamás hombre alguno había contemplado un bajel tan hermoso como aquel, adornado con armas y ropas de guerra; billium de doble corte, afiladas como navajas, con sus correspondientes empuñaduras incrustadas de gemas y piedras preciosas. Incontables eran las riquezas que se acumulaban sobre su amado pecho y que debían acompañarlo en su última singladura hacia el Más Allá, empujado por las mareas hacia donde estas quisieran llevarlo. Contemplando aquel cuerpo real, cubierto por las incontables riquezas con que su pueblo agradecía sus favores, nadie podría recordar al pobre huérfano que durante su más tierna edad, niño de pecho aún, había sido expulsado desnudo de su hogar, y librado a su suerte en un pequeño esquife, a merced de las olas.
Todos aquellos recuerdos cruzaron por las apesadumbradas mentes de los hombres de armas y oprimieron sus corazones hasta hacerlos sangrar por su aflicción; incluso así, reponiéndose de su dolor, cumplieron lealmente con su misión de enviar al bajel al océano, llevando a bordo el cadáver de su venerado príncipe, impulsado a su última singladura por nobles consejeros de la corte, guerreros y gente del pueblo, sin distinción alguna de clases ni de posición.

Fuente
IMAGEN: Beowulf & Grendel

Publicar un comentario

0 Comentarios