Del Simbolismo de la Hacha

El término hacha (ascia en italiano y hache en francés) existe en nuestras lenguas de manera casi invariada, sin obstar su transcurso, desde hace milenios. En efecto, corresponde al término latín ascia, que deriva de la forma indoeuropea *aksi/*agwesi, que los lingüistas han reconstituido en base a las comparaciones entre el término latín y el término gótico aqizi, el término del viejo alto alemán ackus (en alemán moderno Axt, en inglés ax, adze) y el griego axi(on). Sin embargo, me parece necesario precisar que es ésta una forma indoeuropea occidental; pues, los lingüistas han reconstituido igualmente la forma oriental, sea *peleku, esta vez en base a una comparación entre ciertas formas lingüísticas griegas y sánscritas. Es así cómo el pelícano, a través de un proceso bastante interesante, se ve asimilado a la hacha, a causa de su gran pico característico.

El hacha reviste una importancia enorme, como lo atestigua el pasado arcaico de los indoeuropeos. Adams y Mallory explican que, durante el neolítico, las hachas, en Eurasia, estaban hechas de sílex tallado o de otras piedras capaces de ser labradas. De otro lado, se trataba generalmente de hachas planas; pues, sin embargo, en ciertas culturas neolíticas más tardías, hallamos rápidamente hachas dotadas de una perforación para permitir el emplazamiento de un mango. Estas hachas son calificadas como “hachas de combate”; cuando se las encuentra en sepulturas, como por ejemplo las de la cerámica encordada (sobre todo en las regiones septentrionales de Europa, en donde se habla de la “cultura de las hachas de combate”), son con toda evidencia instrumentos o armas considerados como “viriles”. Son por ello los emblemas de una sociedad patriarcal y guerrera, puesto que, tal y como lo escribió Adriano Romualdi, «la cultura nórdica no presenta ningún indicio de matriarcado: los ídolos femeninos están ausentes, la estructura familiar es sólida, las tradiciones de caza y de guerra atestiguan una cultura eminentemente viril». Por su lado, E. Sprockhoff, formula ciertas observaciones extremamente interesantes sobre la hacha de guerra en el seno de la antigua cultura megalítica; asimilando la hacha primordial al dios de la tormenta, el cual, en los tiempos más lejanos, era también el dios del cielo y del sol. Según este investigador alemán, «se consagran a esta poderosa divinidad hachas de ámbar y de arcilla, como por otro lado también hachas en miniatura. Así, la mujer germánica es portadora posteriormente del martillo de Thor a modo de joya, suspendido de una cadena; y, del mismo modo, las poblaciones nórdicas de la edad de la piedra más alejada portaron al cuello tal ornamento, en tanto que perlas de ámbar en forma de hacha bipenada, símbolo del dios de la tormenta y de los días, un dios que ya no tiene nombre hoy en día para nosotros. La hacha de combate se ha convertido simplemente en el símbolo de la más alta divinidad» (ex: Die nordische Megalithkultur).

La irrupción del hacha de combate en las regiones del sur y del este, atestada por los descubrimientos arqueológicos, muestra cómo se desarrollaron las diferentes fases de penetración indoeuropea; identificándolas evidentemente en las puntas de lanza más avanzadas de las conquistas cimerias y tocarias: «El testimonio concreto de esta migración – escribe Adriano Romualdi – está en la llegada súbita a China de una cantidad de armas occidentales, las que datamos en Europa entre 1.100 y 1.800 años AEC, que no tenían ningún antecedente en Asia». El hacha es, en suma, el símbolo del dios celeste supremo y del espíritu creador de nuestros más lejanos ancestros.

* Texto original de Alberto Lombardo, traducción de Enrique Bisbal-Rossell. Estudio aparecido en La Padania, el 14 de octubre de 2001
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